El sacramento del bautismo

Autor: Pastor Juan Sanabria Cruz

1. DEFINICIÓN Y SIGNIFICADO

La palabra “sacramento” no aparece en ningún lugar de la Escritura. Es más bien una expresión latina utilizada en lugar del término griego “misterio” que siempre fue usado en la Iglesia Primitiva tanto en las ordenanzas instituidas por Cristo como para referirse a las doctrinas cristianas. Por ejemplo, la encarnación de Cristo encierra un misterio (1 Tim 3.16 ss.), y la unión entre Cristo y la Iglesia también lo es (Ef 5.28-32). Los reformadores, aunque no quitaron la palabra sacramento, se mostraban más partidarios se utilizar conceptos como señales, sellos o signos. Por ello se hace mención del sacramento hablando más de la ceremonia en sí como elemento material que lo que ella significa. Para su significado espiritual se prefieren las palabras mencionadas.

La palabra sacramento, en sí misma, es un término latino que hacía referencia al juramento que comprometía a un soldado a la obediencia, y simplemente describe un aspecto de lo que está implicado en estos medios de gracia, a saber, el compromiso que adquiere el creyente con el Señor lo mismo que el soldado con su patria. Por costumbre ha llegado a tener, de manera natural, un significado más especializado y abarcador, siendo aplicado a un acto divino que lleva consigo un significado o gracia específica.

Berkhof define el sacramento de la siguiente manera:

Un sacramento es una ordenanza sagrada instituida por Cristo, en la cual mediante signos sensibles se representa, sella y aplica a los creyentes, la gracia de Dios en Cristo y los beneficios del pacto de la gracia; y los creyentes a su vez, participando de ellos expresan su fe y acercamiento a Dios. [1] 


Los hermanos que no creen que los sacramentos sean medios de gracia se muestran recelosos con dicho término y prefieren dejarlo en “Ordenanza”, que también lo es. Indistintamente de cuál sea el término que se utilice conviene aclarar que en la iglesia primitiva se entendía que a través de ellos se otorgaba alguna gracia, lo mismo que en la predicación hablada de la Palabra de Dios, por entender en dichos signos una forma de predicación del evangelio a través de los emblemas representados.

Dichos signos son para las Iglesias Protestantes emblemas que nos hacen partícipes de Cristo y de sus beneficios. Ambos están relacionados con el nuevo Pacto establecido por Cristo con su Iglesia y puesto que su Pacto fue efectuado con su sacrificio sustitutorio solo se reconocen dos, a saber: El Santo Bautismo y La Cena del Señor.

Los reformadores entendieron en ambos sacramentos un paralelismo entre la circuncisión del Antiguo Testamento con el Bautismo del Nuevo Testamento.; y de igual manera entre la Pascua del Antiguo Testamento y la Santa Cena del Nuevo Testamento. En el primero, el sujeto entra a ser parte de Cristo y de su pueblo. En el segundo demuestra su permanencia en Él.

Para las iglesias Reformadas ambos sacramentos son iguales en esencia tanto en el antiguo Pacto como en el nuevo, aunque cambie en su forma externa. La Iglesia de Roma solo ve en ellos una pre-figura de la gracia que vendría en la nueva dispensación con la encarnación de Cristo y en virtud de su pasión y su muerte. Por tanto entienden que no hay similitud en esencia. Esta misma teología es compartida actualmente por muchos protestantes en el mundo.

Berkhof alega contra dicha teología argumentando lo que yo parafraseo de la siguiente manera:

1. Pablo atribuye al antiguo Israel lo que era esencial en la Iglesia del Nuevo Pacto (1 Co 10.1-4).

2. En Romanos 4.11 se habla de la circuncisión hecha a Abraham como el sello de la justicia obtenida por la fe.

3. La circuncisión y la Pascua se le atribuyen a la Iglesia del Nuevo Testamento (1 Co 5.7; Col 2.11); y el bautismo y la cena del Señor se le atribuyen a la Iglesia del Antiguo Testamento, Israel (1 Co 10.1-4). [2]

Si ha habido fuertes discusiones sobre este tema entre católicos y protestantes también hay que decir que no ha existido desde un principio unidad de criterios entre los mismos protestantes, y estas diferencias perduran hasta el día de hoy.


2. EL SANTO BAUTISMO

El santo Bautismo es uno de los sacramentos instituidos por nuestro Señor Jesucristo en el Nuevo Pacto. Desde un punto de vista general podemos describir el santo bautismo como el momento de iniciación en la fe cristiana. Eso no quiere decir que no hayan personas que al no estar bautizadas por ello no sean cristianas. Lo que quiero decir es que al ser un sacramento, a través de cosas materiales como el agua, que son sensibles a nuestros sentidos físicos, se sella al catecúmeno para incorporarlo a la iglesia visible.

Este sacramento tiene varios significados, a saber:

# Este sacramento manifiesta la unión del cristiano con Cristo. El apóstol Pablo escribe:

“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” (Romanos 6.3-4 RVR).

El bautismo contiene, por tanto, los significados básicos de la fe cristiana, que son: la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. Obsérvese que somos sepultados en su muerte donde las obras de la carne quedan mortificadas por el poder del sacrificio de Cristo y no en el agua como argumentan los Bautistas para justificar el bautismo por inmersión. Recordemos que las tumbas en los tiempos de Jesús y en la que Él mismo fue enterrado no fue echado su cuerpo hacia atrás para después cubrirlo con tierra, sino que eran cuevas donde la entrada a la misma se hacía de forma horizontal.

# El bautismo se asocia también con el perdón. Parece ser que siguiendo la costumbre de los prosélitos judíos los que abrazaban la fe cristiana confesaban sus pecados cuando eran bautizados (Hch 2.38; 22.16).

# El bautismo indica también la instrucción del neófito en las enseñanzas de Cristo (Mt 28.19-20).

# Es señal de incorporación a la iglesia visible (Hch 2.41).

# Representa el lavamiento regenerador del Espíritu Santo por medio del cual el pecador es incorporado a la iglesia invisible (1 Co 12.13; Tito 3.5).

# Es la señal del Pacto de Gracia en el Nuevo Testamento reemplazando a la circuncisión (Ro 4.11; Col 2.11-12).


2.1. Etimología de la palabra Bautismo.

La palabra bautismo proviene del griego “baptismo”. Significa sumergir, zambullir, lavar, empapar, bañar, teñir, remojar. Este fonema tiene a su vez su raíz en la palabra “bapto” que significa poner dentro. De manera que el que está bautizado está, sacramentalmente hablando, dentro de la tumba de Cristo al morir para el pecado y unido a su resurrección al comenzar una nueva vida. También está dentro de la iglesia, la cual es su Cuerpo místico.

Esta identificación con Cristo fue similar a la que tuvo Israel con Moisés cuando cruzaron el Mar Rojo. Dice la Escritura: “Y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Corintios 10.2). Sin embargo ninguno de ellos tocó apenas el agua porque cruzaron el mar “en seco”. Si consideramos que el bautismo es la inmersión, en este caso los bautizados fueron los egipcios al ser sepultados con el agua. Pero el significado es que para el pueblo de Dios quedaba atrás la vieja vida con la tiranía de Faraón y la esclavitud a la que estaban sometidos. Por tanto no podemos dar por sentado que bautismo signifique obligatoriamente inmersión.

En Las Escrituras del Nuevo Testamento, en el texto griego, la palabra bautismo es traducida en nuestras Biblias al castellano como ablución o lavamiento. El problema radica, a mi entender, en que al hacerse las traducciones algunas palabras se traducen y otras simplemente se transcriben, como puede pasar con las palabras diácono u obispo entre otras muchas.

Por ejemplo, si en 1 de Corintios 12.13 se tradujera “Porque por un Espíritu fuimos todos lavados…” en lugar de “bautizados”, como se expresa paralelamente en Tito 3.5, quizá no habrían tantos problemas al momento de hacer una interpretación correcta por parte de sectores pentecostales y carismáticos en cuanto al significado correcto de la palabra.

Hay otros casos donde dicha palabra sí ha sido traducida. Tal es el ejemplo de Lucas 11.38:

“Luego que hubo hablado, le rogó un fariseo que comiese con él; y entrando Jesús en la casa, se sentó a la mesa. El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiese lavado [lit. bautizado] antes de comer” (Lucas 11.37-38).

En esta narración de Lucas se nos dice que Jesús se sentó a comer con el fariseo sin haberse lavado. Si no se hiciera la traducción de la palabra “ebaptisthe” por “lavar” el texto diría que el fariseo se extrañó de que Jesús “no se hubiese bautizado antes de comer”. Ahora bien ¿Significa eso que para comer había que sumergirse en agua completamente? De ninguna manera. Pues todos sabemos que el fariseo hacía referencia a la costumbre de “lavarse las manos”. De manera que con lavarse las manos ya Jesús hubiera estado bautizado.

Igualmente sucede en el texto de Marcos 7.4. En nuestras Biblias en castellano se traduce como sigue:

“Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos.”

Si no se hubiere traducido aquí la palabra lavar diría en el texto griego que “si no se bautizan no comen” y que dentro de sus costumbres estaban la de “los bautismos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos”. Así que una vez más se confirma que el bautismo no implica en la lengua griega, de donde viene nuestro Nuevo Testamento, una inmersión ni de las personas ni de los objetos, a menos que alguien opine que realmente se sumergían en agua antes de comer o que para purificar sus camas las hundían en un estanque de agua, algo que parece bastante ilógico e incoherente.

Otro ejemplo lo podemos encontrar en Hebreos 9.10. La Sagrada Escritura haciendo referencia a las prácticas ceremoniales del Antiguo Pacto dice:

“Ya que consiste [el antiguo culto] sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.”

Aquí en el texto griego la palabra “ablución” también es bautismo (gr. baptismoi). Con esto hace referencia a las aplicaciones que se hacían sobre los utensilios, sobre los creyentes y aún sobre el mismo libro de La Ley con la sangre de los animales sacrificados.

“Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ha mandado.” (Hebreos 9.19-20).

Obsérvese que este rociamiento o ablución aparece en el texto griego del versículo 10 como bautismo. Sin embargo, Moisés no sumergió ni al pueblo ni al libro de La Ley dentro de la sangre sino que la aplica por ablución o aspersión haciendo uso de un hisopo, lo cual es entendido por el autor del libro de los Hebreos como bautismo.

“Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas.” (Éxodo 24.6-8 RVR).

En el momento que Moisés hace esta aplicación, el pueblo queda sellado con el pacto de obras hecho bajo juramento. De igual manera el creyente es sellado en el momento de su bautismo e injertado a Cristo en el Pacto de Gracia. En este sello el elemento utilizado no es sangre sino agua pero no hay argumento teológico ni etimológico para la práctica obligatoria de la inmersión, aunque sí para la efusión o aspersión.

Existe otro argumento razonable para entender que el bautismo no implica una inmersión y aquí hago referencia al bautismo con el Espíritu Santo. En Hechos 1.5 cuando Jesús hace la promesa dice:

“Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” (Hechos 1.5).

El cumplimiento de esta promesa llegó el día de Pentecostés en el que Lucas relata:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2.1-4).

Sabemos que el Espíritu Santo aparece en las Escrituras bajo diferentes símbolos. En este caso apareció en lenguas de fuego que se asentó “sobre” cada uno de los discípulos. Recordemos que en este texto estamos hablando del Bautismo con el Espíritu Santo. Sin embargo los discípulos no aparecen inmersos o envueltos totalmente en llamas de fuego, sino que unas lenguas en forma de fuego se asienta sobre ellos (se entiende que sobre sus cabezas, al estar ésta en la parte superior del cuerpo). Siendo éste el don de Dios prometido por Cristo no podemos poner en cuestión lo que Dios mismo entiende por bautizar. De manera que tan solo con poner dichas llamas sobre sus cabezas se consideraba como bautizados sin la necesidad de sumergirlos en fuego.

Igualmente sucedió con el rey David bajo el símbolo del aceite, con el cual el sacerdote Samuel tomando un cuerno derrama sobre su cabeza según era la costumbre. Dice la Escritura que desde ese día el Espíritu de Dios vino sobre él. Tampoco en este caso el rey es inmerso en aceite y mucho menos con la cantidad que cabía en un cuerno. Bastó con que se derramara un poco de la misma sobre su cabeza (1 Sam 16.13).


2.2. La forma de bautizar

Según he explicado en el punto anterior, y en base a las expresiones que se utilizan en el texto griego, parece evidente que la forma de bautizar es por efusión, esto es derramando agua sobre la cabeza del neófito en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los bautistas argumentan en su contra pasajes como el de Romanos 6.1-4 donde se habla de ser sepultados en Cristo. Evidentemente todo cristiano es sepultado en Cristo por obra del Espíritu Santo para nacer a una nueva vida pero esto no significa que seamos sepultados en agua. No es lo mismo ser sepultado en agua que ser sepultado en Cristo. Esto último es obra del Espíritu Santo. La Escritura no habla en ningún lugar de ser sepultado en las aguas del bautismo sino de ser sepultados con Cristo en su muerte.

También se argumenta el caso de Felipe y el eunuco en el que al solicitar ser bautizado ambos descendieron y subieron del agua (Hch 8.38-39). Si lo tomamos de una manera literal tendríamos que entender que también Felipe recibió en ese momento el sacramento del bautismo, pero sabemos que no fue así. El significado de descender y subir del agua es que habían bajado del carro para acercarse a aquel charco, donde Felipe le administró el bautismo (lo más probable por efusión) y luego salieron del agua para volver al carro.

Por el contrario existen fuertes argumentos escriturales para creer que el bautismo se realizaba por efusión, derramando agua sobre la cabeza del candidato.

En primer lugar entendemos que el bautismo en agua es un signo del bautismo con el Espíritu. En Tito 3.5 al hablar de nuestra salvación se nos habla de un lavamiento regenerador efectuado por el Espíritu Santo. En Juan 3 Jesús le dice a Nicodemo que para entrar en el Reino de Dios debe nacer del agua y del Espíritu. De esta forma, Jesús está utilizando el agua como símbolo del Espíritu Santo.

Ya en el Antiguo Testamento, hablando de estas cosas los profetas escribieron:

Isaías 44.3
“Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos”.

Ezequiel 36.25
Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis purificados de todas vuestras impurezas, y de todos vuestros ídolos os limpiaré.”

Joel 2.28-29
“Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.”


En todos estos textos los profetas estaban vaticinando la acción de Dios en el Nuevo Pacto en el cual derramaría su Espíritu para lavamiento (o bautismo) de los pecados e inmundicias de su pueblo.

Si la forma que Dios utiliza para bautizar con su Espíritu es el derramamiento utilizando el agua como símbolo ¿Por qué nosotros tenemos que hacer la inmersión al oficiar el sacramento? No hay argumento bíblico para tal práctica. No aparece en ningún texto de la Escritura que Dios nos hundiera en su Espíritu. Siempre lo derrama o esparce.

Así que, de la misma manera que Dios derrama su Espíritu se sobre el pecador para la limpieza de sus suciedades espirituales añadiéndole a la Iglesia invisible, el Ministro derrama el agua (símbolo del Espíritu) sobre su cabeza para incorporarle a la iglesia visible. De esta forma, el sacramento refleja esta verdad espiritual aplicándola de manera perceptiva a nuestros sentidos.

No se puede afirmar categóricamente que durante los primeros siglos no se practicaran los bautismos tanto por inmersión como por efusión simultáneamente. Sin embargo, haciendo honor a los textos bíblicos, indistintamente de las costumbres adquiridas, todo apunta a que el modo más correcto es la efusión.

Lo que debe quedar claro es que hay un solo bautismo y, que al margen de la manera en que se haya practicado, ninguno puede invalidar al otro, como hacen los anabaptistas y otras denominaciones cristianas.

La costumbre de bautizar por inmersión en algunos sectores cristianos de los primeros siglos proviene según algunos historiadores -pues no todos están de acuerdo- de los lavamientos que hacían los fariseos al aceptar a un gentil dentro de la fe judía después de practicarle la circuncisión, por lo cual, repito, que se debe más a una costumbre que a un principio teológico.

Existen incluso pilas bautismales de los primeros siglos que parecen indicar que muchos de los primeros bautismos se practicaban por inmersión, aunque también le daban la misma validez si se hacía por efusión. Sin embargo el Dr. Ryrie afirma lo siguiente:

El que se bautizaba iba al agua, posiblemente aún entrando en el agua, pero no debajo del agua. Grabados en las catacumbas muestran al candidato al bautismo de pie en el agua más o menos hasta la cintura mientras que el que bautizaba vertía agua sobre su cabeza de una vasija que sostenía.[3]

Posteriormente, y en base a los conocimientos que se fueron adquiriendo, las pilas bautismales dan testimonio de que el bautismo por efusión vertiendo agua sobre la cabeza del candidato llegó a convertirse en la práctica universal de toda la iglesia cristiana, hasta que después de la Reforma surgiera el movimiento anabaptista.


2.3. El sujeto del Bautismo

Según el concepto que se tenga de la gracia de Dios así se verá a quién se considera apto para el bautismo y a quién no.

En Las Escrituras se requiere que el adulto que solicite el bautismo primero debe arrepentirse de sus pecados y confiar en el sacrificio expiatorio de Cristo para su salvación:

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2.38)

Ambas cosas, el arrepentimiento y la fe se consideran en las Escrituras como actos de la soberana y sola gracia de Dios (Jn 16.7-8; Hch 11.18; 2 Co 7.10; Ef 2.8-9). Sin embargo en el concepto arminiano tanto el arrepentimiento como la fe son resultados de una convicción propia del raciocinio humano en respuesta a la predicación del evangelio y persuación del Espíritu Santo, por lo cual cualquiera puede ser salvo “si quiere”, quedando la última palabra de decisión no en manos de Dios sino en las del pecador. De ser así es evidente que un niño no puede bautizarse, tal y como afirman los bautistas, ya que un bebé no tiene esa capacidad para arrepentirse y creer. Pero si seguimos esa lógica tampoco un niño puede entrar en el Reino de Dios ya que somos salvos por la fe y es sabido de sobra, como venimos haciendo hincapié, que un niño no tiene la capacidad de creer. Por tanto la postura bautista es bastante coherente en su propia teología y actúan consecuentemente al negarles el bautismo a los niños por no tener la capacidad de creer pero, siguiendo esta línea de pensamiento, tampoco se pueden salvar, ya que para ser salvo primero hay que creer.

 

Dicho más claramente. En el concepto bautista quien no cree tampoco puede bautizarse y por no tener capacidad para creer les niegan el sacramento a los niños, pero, siguiendo esa matemática, quien no cree tampoco puede salvarse y por tanto los niños no van al cielo porque no tienen dicha capacidad, algo que ellos niegan categóricamente. Y si les consideran salvos ¿Por qué les niegan el bautismo? ¡Hay una contradicción! Pero si a Dios le ha placido darle su Reino a los niños de los creyentes ¿Quiénes somos nosotros para negarles el bautismo? ¿Acaso el sacramento es más que heredar el Reino de los Cielos? 

 

Los Reformados creemos que de los niños es el Reino de los Cielos y puesto que el Reino de Dios está en Su Iglesia le ponemos la señal de pertenencia a la misma, es decir, el bautismo. Esto no garantiza su salvación (aunque los niños son salvos en virtud del pacto de gracia) ni le es otorgada por el sacramento. El nuevo nacimiento es obra del Espíritu quien, como el viento, sopla de donde quiere y aplica la gracia a los que Dios quiere y en el momento que quiere. Si embargo, entendiendo que el Reino de Dios está entre nosotros, le damos a nuestros hijos el sacramento del bautismo como señal de pertenencia a la Iglesia Visible.

 

¿Cómo se sabía en el A.T. que un niño pertenecía a la Nación de Israel? ¡Por la circuncisión! Si veían que un niño estaba circuncidado decían: No cabe duda, es judío. De igual manera la señal actual de que un niño pertenece a la Iglesia Cristiana, y por tanto al Reino de los cielos, es por la señal del Nuevo Pacto: El Bautismo.

Por tanto, si entendemos la salvación como el don gratuito que Dios imparte sobre aquellos que quiere, sin la necesidad de la colaboración humana, no podremos de ninguna manera negarle el sacramento del bautismo a ningún niño de padre o madre cristiano bajo la enseñanza de que según Cristo “de ellos es el Reino de los Cielos” o que los hijos de creyentes “son santos” (1 Co 7.14).

Según la historia eclesiástica, Orígenes (182-251 d.C.), uno de los padres apostólicos, no solo había sido bautizado en la infancia sino que además dijo: “La iglesia ha recibido la tradición apostólica de bautizar a los niños”. [4]

San Agustín (354-430 d.C.), dice hablando del bautismo de los niños: “Si alguno pregunta sobre la autoridad divina en este asunto, aunque es algo que toda la iglesia practica y que ha sido instituido por los concilios, pero que siempre ha sido la práctica, es razonable creer que es nada menos que una práctica entregada por la autoridad de los apóstoles, pero también podemos considerar el valor del sacramento del bautismo para los infantes, pensando en la circuncisión recibida anteriormente por el pueblo de Dios”.

Esto queda también confirmado por Berkhof cuando escribió: El bautismo de niños era muy común en el tiempo de Orígenes y Tertuliano.[5]


También Ryrie, aunque no está de acuerdo con el método, así lo reconoce:

Desde los tiempos primitivos, la iglesia practicaba el bautismo de los infantes; por lo tanto es permisible. Los padres de la iglesia respaldaban el bautismo de los infantes, a menudo relacionándolo con la circuncisión.[6]

Pero no solo los padres de la iglesia confirmaron la práctica apostólica del bautismo de infantes. También los Reformadores lo hicieron.

En la Confesión de Augsburgo, los luteranos escriben:

Respecto al Bautismo se enseña que es necesario, que por medio de él se ofrece la gracia, y que deben bautizarse también los niños, los cuales mediante tal Bautismo son encomendados a Dios y llegan a serle aceptados.

Por este motivo se rechaza a los anabaptistas, que enseñan que el Bautismo de párvulos es ilícito.[7]

Juan Calvino, en su obra sobre Breve Instrucción Cristiana escribió:

“El Bautismo sirve también a nuestra confesión delante de los hombres, pues es una señal por la cual, públicamente, hacemos profesión de nuestro deseo de formar parte del pueblo de Dios, para servir y honrar a Dios en una misma religión con todos los fieles. Y por cuanto la alianza del Señor con nosotros viene principalmente confirmada por el Bautismo, por eso con toda razón bautizamos también a nuestros hijos, pues participan de la alianza eterna por la que el Señor promete que será, no sólo nuestro Dios, sino también el de nuestra descendencia.”[8]

Los anabaptistas se convirtieron en férreos opositores al bautismo de infantes practicado por los Reformadores, de manera que cuando alguien entraba en la edad adulta le hacían bautizar otra vez, invalidando así el bautismo recibido en la infancia. De ahí también la procedencia de su nombre.[9]

Como hemos visto en la Confesión de Augsburgo, tanto Lutero, como Melanchton y sus demás seguidores condenaron abiertamente la oposición de los Anabaptistas al bautismo de infantes. Las iglesias Reformadas también mostraron en sus confesiones su oposición a dicho movimiento:

Por tanto, reprobamos el error de los Anabaptistas, quienes no se conforman con un solo bautismo que una vez recibieron; y que además de esto, condenan el bautismo de los niños de creyentes; a los cuales nosotros creemos que se ha de bautizar y sellar con la señal del pacto, como los niños en Israel eran circuncidados en las mismas promesas que fueron hechas a nuestros hijos. Y por cierto, Cristo ha derramado su sangre no menos para lavar a los niños de los creyentes, que lo haya hecho por los adultos. [10]

Los reformadores, al igual que los padres de la iglesia, y éstos haciendo eco de las palabras de San Pablo, creyeron que el bautismo vino a significar en el nuevo Pacto lo mismo que la circuncisión en el antiguo (ver Col 2.11-13).

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se hace evidente que los niños eran bautizados juntamente con sus padres adultos. Tenemos el ejemplo de Lidia, vendedora de púrpura, que se bautizó con toda su familia (Hch 16.15). En la misma ciudad de Filipos el carcelero se bautizó también con todos los de su casa, en la que probablemente no solo estaba su familia sino sus esclavos y los hijos de estos (Hch 16.33-34). Lo mismo podemos decir de los de la casa de Cornelio (Hch 10.1-2,48) y Pablo dijo haber bautizado a la familia de Estéfanas (1 Co 1.16).

Bajo este principio teológico siguieron la costumbre de los judíos haciéndoles partícipes de la señal del Pacto que Dios había hecho con ellos, con la única diferencia de que en el antiguo Pacto la práctica de la circuncisión es sustituida por el bautismo con agua. De esta manera hacían y hacen a sus hijos participantes de las bendiciones prometidas al pueblo de Dios. De esto también habló el apóstol Pedro cuando dijo:

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno [esto implicaba a los niños] de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos [Los niños de éstos] (Hechos 2.38-39a).

 

Los cristianos primitivos, y los Reformados en la actualidad, no creemos en un bautismo regenerador. No creemos que el sacramento tenga poder en sí mismo ni que se le otorgue al bautizado el nuevo nacimiento, pues esto es obra de Dios. Pero sí bautizamos a nuestros hijos en señal de dedicación y como señal de pertenencia a la Iglesia visible, con la que Dios ha establecido su Pacto de Gracia. Además bautizamos en esperanza confiando en que algún día Dios cumpla lo prometido, otorgándoles a nuestros hijos lo que el bautismo significa, es decir, el nuevo nacimiento.

 

Con esto queremos demostrar lo que enseña la Escritura, que el orden no siempre es el mismo, como enseñan los baptistas: 1º) Cree y 2º) Sé bautizado, ya que este caso solo es aplicable a los adultos, sino que también sucede a la inversa: 1º) Es bautizado en la infancia y 2) Recibirá de adulto (o cuando Dios quiera) el nuevo nacimiento (Cf. Dt 30.6).

  

Así sucedió con Abraham ya siendo viejo. Primero creyó y fue justificado y posteriormente fue circuncidado como señal de su fe y del Pacto. Sin embargo con su hijo Isaac sucedió a la inversa. Es circuncidado de bebé bajo la fe de su padre, pues no tenía capacidad para ello, y posteriormente por la gracia de Dios recibe la fe en la que profesa que el Dios de su padre también es su Dios.

Al acercarse ante Dios por medio del rito del Bautismo, los padres cristianos les presentan a sus hijos para que los bendiga. Los judíos circuncidaban a sus hijos mediante una operación física pero esperaban que un día Yahveh circuncidara su corazón en base a la promesa:

“Y circuncidará Yahveh tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.” (Deuteronomio 30.6).

De la mima manera que aquellos, los padres cristianos bautizan con agua a sus hijos como pertenecientes al pueblo visible de Dios pero con la fe en que un día serán bautizados o, lo que es lo mismo, regenerados por el Espíritu Santo según la promesa hecha en Hechos 2.38-39. Por tanto no se acepta en las iglesias protestantes Reformadas la idea de un bautismo regenerador como lo enseña la iglesia de Roma. La obra de la regeneración la hará Dios cuando Él crea conveniente y en su debido tiempo. Sobre esto la Confesión de Westminster dice:

La eficacia del bautismo no está ligada al preciso momento en que es administrado; sin embargo, por el uso correcto de este sacramento, la gracia prometida no solamente se ofrece, sino que realmente se manifiesta y se otorga por el Espíritu Santo a aquellos (sean adultos o infantes) a quienes corresponde aquella gracia, según el consejo de la propia voluntad de Dios; en su debido tiempo.[11]

La confesión de Westminster afirma lo que se enseña en la Escritura, a saber, que de igual manera que un niño hebreo recibía la circuncisión física hasta que Dios hiciera la espiritual, de la misma manera los cristianos bautizan a sus hijos físicamente hasta que Dios lo haga espiritualmente. De manera que el bautismo es al cristiano lo que la circuncisión al judío.

Entre los luteranos existe diversidad de opinión sobre si en el bautismo va implícito el nuevo nacimiento. Aún así creen que el poder regenerador no está en el sacramento en sí sino en la fe que se deposita en la eficacia de ellos.

En su Catecismo Menor, Martín Lutero escribió:

¿Qué es el bautismo?
El bautismo no es simple agua solamente, sino que es agua comprendida en el mandato divino y ligada con la palabra de Dios.

¿Qué palabra de Dios es ésta?
Es la palabra que nuestro Señor Jesucristo dice en el último capítulo del Evangelio según San Mateo “Id, e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

¿Qué dones o beneficios confiere el bautismo?
El bautismo efectúa perdón de los pecados, redime de la muerte y del diablo y da la salvación eterna a todos los que lo creen, tal como se expresa en las palabras y promesas de Dios.

¿Qué palabras y promesas de Dios son éstas?
Son las que nuestro Señor Jesucristo dice en el último capítulo de Marcos: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”

¿Cómo puede el agua hacer cosas tan grandes?
El agua en verdad no las hace, sino la palabra de Dios que está con el agua y unida a ella, y la fe que confía en dicha palabra de Dios ligada con el agua, porque sin la palabra de Dios el agua es simple agua, y no es bautismo; pero con la palabra de Dios sí es bautismo, es decir, es un agua de vida, llena de gracia, y un “lavamiento de la regeneración en el Espíritu Santo”, como San Pablo dice a Tito en el tercer capítulo: “Por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza de la vida eterna”. [12]

Berkhof opina que en este punto Lutero no llegó a desligarse del todo de la doctrina católico-Romana y que aunque el sujeto no queda libre totalmente de la corrupción de su naturaleza caída sin embargo, según Lutero, recibe la regeneración, y la culpa y el poder del pecado es quitado. Berkhof dice, que según Lutero, en el caso de los infantes, reciben dichos beneficios en base a una fe subconsciente del niño mientras que otros teólogos luteranos opinaban que dicha fe era un efecto inmediato producido por la administración de dicho sacramento. [13]

 

De todas maneras, aunque no coincidamos con la doctrina luterana respecto al bautismo, debe quedar claro que siempre fue la enseñanza de la Iglesia Cristiana bautizar a los niños, tanto en su comienzo como después de la Reforma y que por tanto no debe entenderse como una "nueva doctrina". La nueva doctrina es impedir que los niños vengan a Cristo negándoles el sacramento del bautismo.

 

 

2.4. La Presentación de niños

 

En cuanto a la ceremonia de presentación o dedicación de niños, decir que es una enseñanza ajena a la práctica del NT.


En el AT, estaba establecido por La Ley de Dios que todo hijo primogénito, así como todo animal primogénito, era consagrado a Yahveh (Ex 13.1-2,12; Nm 3.13). En eso consistía la ceremonia de la Presentación o Dedicación.

“Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor” (Lucas 2.22-23 RVR).

De manera que si hacemos de esta “Presentación” una doctrina solo podría ser dedicado a Dios el primer hijo. Esta ceremonia de dedicación por parte de algunas iglesias protestantes no es sino una invención de los anabaptistas para llenar el hueco que dejaron al suprimir el bautismo de niños. Pero aún con este acto están reconociendo que sus hijos pertenecen a Dios y en un acto de piedad lo presentan ante Él pero al no ir acompañado del sacramento del Bautismo la Presentación se queda a medio camino y como dice un amigo mío es una especie de bautismo sin agua, o bautismo seco.

Argumentan también que acercaron los niños a Jesús para que los bendijera. Esto es muy cierto pero en nada tiene que ver con dicha ceremonia. Recordemos que fue en ese momento en que Jesús dijo que dejaran a los niños venir a Él porque de ellos es el Reino de los cielos, y que por cierto, como señal de pertenencia a dicho Reino ya habían recibido la señal de la circuncisión. No es lo mismo presentar a un niño ante Dios para que reciba la señal del Pacto a través de un ministro que decirle que ore por el para que Dios le bendiga. Son dos cosas completamente distintas.


2.5. La fórmula del bautismo

Jesús en esta Ordenanza dejó bien claro que el bautismo debe efectuarse en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

“Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28.19).

Esta fórmula indica con claridad dos cosas:

# Que Dios es uno y a la misma vez es Trino.
# Que cada una de las personas es precisamente eso, persona, y además persona Divina.

Desde los primeros siglos tanto Arrio como Sabelio[14] se oponían al dogma de la Trinidad. A los actuales “sabelianistas”, mejor conocidos como Unitarios o Sólo Jesús, el texto mencionado se les atraganta. De ahí que invaliden todo bautismo que no se haga únicamente en el Nombre de Jesús.

Contra estas dos grandes verdades, de que Dios es uno y trino, dichos herejes en la iglesia fueron duramente contrarestados por los primeros concilios elaborando excelentes credos de la verdadera fe Cristiana, entre los que destaca el Credo de Atanasio.[15]

En Las Escrituras encontramos algunos textos donde se bautiza solo en el Nombre de Jesús (Hch 2.38; 10.48; 19.5). Ahora bien ¿Qué significa ser bautizado en el nombre Jesús? ¿Significa que no existe la Trinidad? ¡Por supuesto que no! Bautizar en el nombre de Jesús significa ser bautizados, esto es, introducidos en su muerte, sepultura y resurrección. De manera que, como ya hemos dicho anteriormente, el bautismo es una plena identificación con Cristo y con su obra expiatoria por la cual se efectuó el Nuevo Pacto. Significa estar revestidos de Él (Gá 3.27), de su justicia, la cual nos ha sido imputada para a través de Él poder ser aceptados ante el Padre (Ro 5.1; Ef 1.5-6). Por tanto todo el que ha sido bautizado en Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ha sido bautizado por el sacramento en Cristo, en su muerte, sepultura y resurrección (Ro 6.1-4).

El argumento de la fórmula trinitaria tiene tanto peso que incluso en la enseñanza de los apóstoles se enseñó a verter el agua tres veces sobre la cabeza del candidato invocando a cada una de las personas de la Santísima Trinidad.

Con respecto al bautismo, os bautizaréis. Habiendo primero repetido todas estas cosas, os bautizaréis en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en agua viva (corriente). Pero si no tienes agua corriente, entonces bautízate en otra agua; y si no puedes en agua fría, entonces hazlo en agua caliente. Pero si no tienes ni una ni otra, entonces derrama agua sobre la cabeza tres veces [la negrita es mía] en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo. (Didajé VII). [16]

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

[1] BERKHOF L., Teología Sistemática, Editorial TELL, Jenison, Michigan, EE.UU., 1988, p. 737
[2] BERKHOF L., Teología Sistemática, Editorial TELL, Jenison, Michigan, EE.UU., 1988, p. 740
[3] RYRIE, CHARLES C., Teología Básica, Editorial Unilit, Miami, Fl. U.S.A., 1993, p. 487
[4] ORÍGENES, Epístola ad Romanos, Opera, ed. Migne, Vol. IV, Col. 1047: ed. Delarue, IV, 565
[5] BERKHOF, LOUIS, Historia de las doctrinas cristianas, Editorial El estandarte de la Verdad, Edimburgo, U.K., 1995, p. 319.
[6] RYRIE, CHARLES C., Teología Básica, Editorial Unilit, Miami, Fl. U.S.A., 1993, p. 485.
[7] CONFESIÓN DE AUGSBURGO, Artículo IX
[8] CALVINO, JUAN, Breve instrucción cristiana, Quinta parte, punto III
[9] La palabra “Anabaptista” es un término griego que se traduce como “Rebautizadores”.
[10] CONFESIÓN BELGA, Artículo XXXIV
[11] CONFESIÓN DE FE DE WESTMINSTER, Capítulo XXVIII. 6
[12] LUTERO, MARTÍN, Catecismo Menor, Artículo IV, El Bautismo
[13] BERKHOF, LOUIS, Historia de las doctrinas cristianas, Editorial El estandarte de la Verdad, Edimburgo, U.K., 1995, p. 322.
[14] Sabelio fue un teólogo y Obispo que, en el siglo III desarrolló y fue el máximo exponente del modalismo, una doctrina también conocida como sabelianismo, considerada herética por la ortodoxia cristiana, que negaba la Trinidad al considerar que Dios es una sola Persona divina y, consecuentemente, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son sólo tres modos de manifestarse un mismo Ser.
[15] Atanasio fue Obispo de Alejandría, nacido alrededor del año 296 y fallecido el 2 de mayo del año 373. Fue intenso defensor de la divinidad absoluta de Jesús, fue uno de los principales opositores de Arrio y su doctrina unitaria. Fue importante su participación en el Concilio de Nicea. Atanasio defendía que el Verbo de Dios (Logos) era Dios verdadero al igual que Dios el Padre, de la misma sustancia que Él, y por lo tanto, no fue engendrado en el tiempo, sino que siempre existió, siendo coeterno con el Padre.
[16] LIGHTFOOT, J.B., Los Padres Apostólicos, Libros CLIE, Terrasa (Barcelona), 1990, p. 291.