¿Debiéramos aceptar como válidos los bautismos hechos en la Iglesia Católica Romana?

INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA
LIBRO IV – CAPÍTULO XV
JUAN CALVINO

 

16. Cualquiera que sea el ministro el Bautismo es válido
Si es verdad lo que decimos, que el sacramento no se debe estimar como si lo recibiésemos de mano del que administra, sino como si lo recibiésemos de la mano del mismo Dios, quien sin duda alguna nos da, puede deducirse de aquí que ni se le quita ni se le añade nada al sacramento a causa de la dignidad del que lo administra. Y así como entre los hombres, cuando se envía una carta poco hace al caso quien la trae, con tal que se reconozca la firma, del mismo modo nos debe bastar reconocer la mano y la firma de nuestro Señor en sus sacramentos, sea quienquiera el portador.


El error de los donatistas se pone muy bien de manifiesto con esto, ya que ellos medían la virtud y eficacia del sacramento por la dignidad del ministro. Así hacen también actualmente los anabaptistas, quienes niegan que hayamos sido bautizados, porque nos ha bautizado gente impía e idólatra en el reino del Papa. Por ello furiosamente quieren forzarnos a que nos volvamos a bautizar.


Contra tales despropósitos nos sirve de firme argumento considerar, que no somos bautizados en nombre de ningún mortal, sino en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt.28, 19); y, por tanto, que el Bautismo no es del hombre, sino de Dios, sea quienquiera el que administra. Por más ignorantes e impíos que hayan sido los que nos bautizaron, sin embargo no lo hicieron en la comunión de su ignorancia e impiedad, sino en la fe de Jesucristo. Porque ellos no invocaron su nombre, sino el de Dios, y no nos bautizaron en nombre de ninguno otro. Ahora bien, si el Bautismo era de Dios, tuvo sin duda alguna encerrada en sí mismo la promesa de la remisión de los pecados, la mortificación de la carne, la vivificación espiritual y la participación de Cristo.


Del mismo modo, en nada perjudicó a los judíos el ser circuncidados por sacerdotes impíos y apóstatas; no por ello el signo de Dios fue dado inútilmente, de manera que fuese necesario reiterarla, sino que les bastó volver a su puro origen.

 

La objeción, que el Bautismo debe ser administrado en compañía de los fieles, no prueba que parcialmente vicioso corrompa toda la virtud del Bautismo. Porque cuando enseñamos que debe guardarse para que el Bautismo sea puro y esté limpio y libre de toda suciedad, no destruimos la institución de Dios, aunque los idólatras la corrompan. Y así cuando la circuncisión en tiempos pasados estaba corrompida con numerosas supersticiones, no por eso dejó de ser tenida por señal de la gracia de Dios. Ni tampoco Josías ni Ezequías cuando reunieron a todos los israelitas que se habían apartado de Dios, los hicieron circuncidar de nuevo (2 Re.23; 2 Cr.29).

 

17. Los frutos del Bautismo administrado por infieles
En cuanto a la pregunta: qué fe es la que en nosotros ha seguido al Bautismo durante varios años, para de aquí deducir que es vano, pues no nos es santificado, si la Palabra de la promesa no es recibida por la fe: respondemos que ciertamente por largos años hemos estado ciegos, y que no hemos aceptado la promesa que se nos hacía en el Bautismo; pero que la promesa, por haberla hecho Dios, ha permanecido siempre constante, firme y verdadera. Porque aunque todos los hombres sean mentirosos y pérfidos, no por ello deja Dios de ser veraz; y aunque todos estuviesen perdidos y condenados, Jesucristo sigue siendo la salvación. Admitimos, pues, que el Bautismo no nos ha servido de nada durante aquel tiempo, puesto que la promesa que en Él se nos hacía, y sin la cual de nada sirve el Bautismo, estaba como arrinconada y no hacíamos caso de ella. Pero ahora, cuando por la misericordia de Dios comenzamos a volver en nosotros, condenamos nuestra ceguera y dureza de corazón por haber sido durante tanto tiempo ingratos a su gran bondad. Sin embargo, no creemos que la promesa se haya desvanecido; al contrario, nos hacemos esta consideración: Dios promete por el Bautismo la remisión de los pecados; si la ha prometido, sin duda alguna la cumplirá con todos los que creyeren en ella. Esta promesa se nos ha ofrecido en el Bautismo; abracémosla, pues, por la fe. Es cierto que por nuestra infidelidad ha estado por largo tiempo sepultada; recibámosla ahora por la fe. Por esta razón, cuando el Señor convida y exhorta al pueblo judío a la penitencia, no le manda que se circuncide de nuevo; si bien por haber sido circuncidados por hombres impíos y sacrílegos vivieron algún tiempo en la misma impiedad; únicamente insiste en que se conviertan de corazón. Porque si bien el pacto había sido violado por ellos, el signo del mismo permanecía firme e inviolable para siempre por institución divina. Por eso eran recibidos de nuevo en el pacto que Dios había establecido una vez con ellos en la circuncisión, con la sola condición de arrepentirse; a pesar de que al recibirla de manos de un sacerdote sacrílego, la habían falseado, y destruido su virtud y eficacia en cuanto de ellos dependía.